Por.- Aridait Candanoza
En nuestro caminar por la vida nos damos cuenta que el tiempo causa un efecto sobre nuestro físico. Nadie permanece del mismo tamaño como nació; y nadie muere con la misma fuerza que se tiene cuando se es joven —a menos que sea por muerte prematura—.
Así como nuestro cuerpo nos da una señal del tiempo que ha pasado sobre nosotros, nuestra mente debe estar acorde con el mismo. Al respecto, el apóstol Pablo dijo: «Cuando yo era niño, hablaba como niño, pensaba como niño, juzgaba como niño; mas cuando ya fui hombre, dejé lo que era de niño.». (1Corintios 13:11)
Lo que nos da a entender que debemos disfrutar al máximo cada etapa de nuestra vida y también reconocer que algunas ya han pasado y debemos dejarlas ir. Hoy en día podemos ver una sociedad resistiéndose a aceptar que esto es parte de la vida. Hombres y mujeres de edad avanzada se niegan a dejar la juventud y recurren a cirugías estéticas y frecuentan lugares que, por lo que se vive ahí, corresponden a los jóvenes.
Siendo honestos con nosotros mismos, debemos reconocer que hay cosas que aún podemos hacer y cosas que ya no podemos. Si estamos en una posición de liderazgo,
debemos estar conscientes que llegará un momento en que habrá cosas que ya no podemos hacer y es necesario dar parte a las nuevas generaciones que con su fuerza y vigor harán la tarea que para nosotros se nos hace difícil por el paso de los años —me refiero a trabajos que demandan fuerza y vigor, además de una visión actual de lo que se está viviendo—.
El rey David saltó al salón de la fama por matar a Goliat y, posteriormente, luchar con más gigantes; pero, en 2 Samuel 21:15-17, podemos ver a un hombre que se cansa con más facilidad que un joven, a tal grado que estuvo a punto de ser aniquilado por un gigante, a no ser por Abisai que llegó en su ayuda. Miramos en dicha escritura que su ejército le pidió que ya no saliera más a la batalla para no ser muerto, ya que si David moría, el ejército se quedaba sin guía, ni mentor, en el área bélica. Si seguimos leyendo los versículos 18-22 del mismo capítulo, nos daremos cuenta que David no fue el único que mató gigantes, sino que sus pupilos también los mataron siguiendo el ejemplo del mentor.
Si traemos esto a la vida ministerial nos daremos cuenta que es muy necesario dar lugar a nuevas generaciones que tomen el liderazgo con una mente fresca y una visión nueva para llegar a lugares que algunos de nosotros nos sería casi imposible llegar —me refiero a limitaciones a causa del idioma, tecnología y, por supuesto, una visión actual del mundo en que vivimos—.
Si como líderes nos negamos a aceptar nuestras limitaciones y no cedemos nuestro lugar a las nuevas generaciones para seguir con el trabajo ministerial, con el tiempo las Iglesias caerán en la rutina de hacer siempre lo mismo sin esperanza de que haya un cambio. Ceder el lugar es una muestra de que nosotros no somos dueños de las congregaciones, ni mucho menos, que nos pertenecen. Con esto no estoy sugiriendo que abandonemos el ministerio, pero sí que cedamos el lugar a nuevos ministros y nosotros convertirnos en consejeros al igual que lo hizo David.
Cuando alguien no está dispuesto a ceder su lugar, verá a los jóvenes con liderazgo como una amenaza o incluso como enemigos —al igual que lo hizo Saúl cuando le atribuyeron mil y David 10 mil (1 Samuel 18:6-9)—.
Amados santos de Dios, no tratemos de adueñarnos del tiempo, ni mucho menos de la Iglesia del Señor. Recordemos que un buen líder nunca verá a otro líder como enemigo, sino como coadjutor en las cosas del Señor. Formemos líderes y, en el momento indicado, cedamos el paso a las nuevas generaciones. No hay nada más satisfactorio para un líder que mirar que sus discípulos continúan con el trabajo del Señor.