Por: Aridait Candanoza.-
Cuando el profeta Zacarías dijo: «no seáis como vuestros padres»(Zacarías 1:4), es claro que se estaba dirigiendo a una nueva generación: a la de los hijos. ¿Por qué? Porque aunque sus padres se habían apartado de Dios, no significaba que ellos iban a quedar a la deriva, pues para Dios ellos eran «punto y aparte».
Si los padres son un fracaso, Dios no se inmuta para decirle a los hijos: «no seáis como vuestros padres». De hecho, siempre que Él quiere hacer algo, no es raro que al que llama lo primero que le pida es que rompa con el pasado. A Abraham le dijo: «Vete de tu tierra y de tu parentela…»(Génesis12:1)
La indicación que recibe cada varón que se inicia en el matrimonio es «que deje a su padre ya su madre»(Génesis 2:24), pues sólo así, cortando el cordón umbilical, podrá alcanzar su máximo potencial en su condición de casado y es la única manera que deja de estar sujeto a sus padres para formar su propio hogar siendo independiente.
No se trata de repudiar a los padres, ya que por ellos estamos aquí. Sin embargo, si ellos «la regaron y cosecharon viento y tempestad» ¿por qué repetir la historia? Si ellos no caminaron en el temor de Dios, ¿por qué seguir su ejemplo? Si ellos anduvieron en pecado, no tenemos qué hacer lo mismo. Aunque les debemos honra, no significa que estamos obligados a vivir como ellos.
El «No seáis como vuestros padres», es un llamado para no repetir la misma historia de fracaso generación tras generación. Es un llamado que nos invita a romper el modelo que ellos nos heredaron: Si fueron idólatras, borrachos o adúlteros, nosotros no tenemos por qué ser así.
Basados en que «…el hijo no llevará el pecado del padre ni el padre llevará el pecado del hijo…»(Ezequiel18:20), podemos asegurar que cuando Dios quiere tratar con los hijos, el único requisito es que ellos acepten. El pecado de los padres no es un impedimento para que Dios pueda glorificarse en los hijos.
El apóstol Pedro nos insta a que «ciñamos los lomos de nuestro entendimiento y que seamos sobrios… sabiendo que fuimos rescatados de la vana manera de vivir que recibimos de nuestros padres…».(1Pedro 1:18)
Así que, mi amado hermano, si tus padres son hombres de Dios y caminan en justicia, eres muy privilegiado: en ese caso, no dudes en sujetarte de ellos; pero si viven sin tomar en cuenta la voluntad de Dios, tampoco dudes en no ser como ellos: ¡debes amarles y honrarles, pero sin imitarles!
Siempre recuerdo el consejo que nos dio el la secundaria un conferencista llamado Martín Núñez. Él nos dijo: «Ama a tus padres, honra a tus padres, obedece a tus padres, pero no cometas las tonterías que ellos cometen».
¿Estamos dispuestos a romper con las malas costumbres, hábitos y maldición que practicaban nuestros padres?∞
-Publicado en septiembre 2015-