Por: Edgar Hernández.-
¿Alguna vez has escuchado la voz de Dios audiblemente?
Yo tendría unos 19 años de edad cuando tuve una experiencia así viajando en el «brincolín» —como apodábamos a los camiones urbanos (autobuses) ya que no paraban de brincar de tantos baches en el camino—.
Yo soy originario de Acapulco, Guerrero, México, un lugar muy conocido a nivel mundial por sus playas, arena y sol.
Sin embargo, dentro de la ciudad y lejos de la zona turística, se vive como en cualquier otro lugar.
Para los que no son de esta ciudad y puerto mexicano ubicado en la costa sur del país, quiero describirles un poco lo que era para mí usar el transporte público en el año 2000.
Viajar en un «brincolín» era toda una experiencia.
En ese año los periódicos locales mencionaron que de las cinco peores ciudades para manejar que había en el país, Acapulco era la segunda.
Los grandes camiones de más o menos 50 pasajeros, competían —y compiten— entre ellos por el «pasaje» como si fuera un trofeo. En mi opinión, creo que ellos llegarían más rápido que una ambulancia en una emergencia.
En ese entonces, las calles que eran tan solo de dos carriles, muchas veces se convertían en tres porque de vez en cuando entraba un tercer «brincolín» en la competencia por ganar al siguiente usuario.
Para añadirle más emoción a la experiencia, como la ciudad está situada en cerros, abundaban las curvas peligrosas, las cuales parecían líneas rectas ya que los conductores rebasaban sin la menor precaución. De algunos choferes yo tenía la sincera impresión que estaban bajo influencia de algo no tan legal, así es que valía la pena encomendarse a su mejor santo para librarse de caer encima de otro pasajero, o peor aún, en el fondo de un barranco.
En el interior del camión la historia no podía ser mejor. Llevaban música no ecualizada a todo volumen al grado que era muy difícil hablar con alguien; tenías que acercarte o adivinar que decían sus labios para seguir la conversación.
Como ya mencioné, siendo una ciudad costera del Océano Pacífico, la humedad y el calor dentro del autobus provocaban un estado invernadero natural y la transpiración de las personas comenzaban a expedir olores que no estarían en la categoría de afrodisiacos.
Y qué decir del bullicio de las personas hablando queriendo ganarle a la música estruendosa, se escuchaban como un zumbido de enjambre de abejas.
Abrir la ventana era una opción, aunque no la mejor si querías ir leyendo. Afuera, negocio tras negocio anunciaban sus productos con gran entusiasmo. Algunos los gritaban, mientras que otros usaban grandes bocinas para tener mayor alcance.
De vez en cuando se subían vendedores ambulantes con los productos «milagrosos» al mejor precio del mercado, y no podían faltar los artistas locales cantando o tocando regularmente con un güiro —hecho de una botella de vidrio de Fanta [refresco]— o una guitarra.
Mientras el camión avanzaba a toda velocidad y el aire húmedo pegaba en tu rostro —si ibas en la ventanilla—, podías escuchar la música a todo volumen saliendo de las casas, como si los residentes tuvieran el compromiso de compartir contigo sus canciones favoritas —cuyo mensaje hablaban de drogas, mujeres, borracheras, «amor», engaños, muerte, maldiciones, groserías, doble sentido, sexo, «desamor», odio, etc—, y que subconcientemente representaban el estilo de vida y la educación que recibían a través de las letras y ritmos de las canciones.
En medio de todo ese bullicio cotidiano que de alguna manera trataban de cautivar mi mente, acostumbraba sacar mi Biblia de bolsillo y leer mientras viajaba en el «brincolín».
Recuerdo que leía el libro de Éxodo capítulo 32. Cuando llegué al verso 9, que dice:
«Dijo Jehová a Moisés: Yo he visto a este pueblo, que por cierto es pueblo de dura cerviz…», la voz de Dios retumbó tan fuerte que enmudeció automáticamente todo el ruido a mi alrededor. Parecía como si una gran bocina surgiera del cielo y comenzara a hablar.
Brinqué de espantó y cerré inmediatamente la Biblia. Yo miraba para todos lados con ojos desorbitados esperando ver la reacción de todo el camión que seguramente habían oído lo mismo que yo, pero cada quien seguía sumergido en lo suyo. Solo yo había escuchado esa voz.
Nunca me imaginé escuchar a Dios así de claro. Fue tan increíble, pero a la vez extraño, que en vez de causarme felicidad, gozo y orgullo de haber oído al Todopoderoso, realmente me causó un espanto y temblor.
Pude identificarme con los israelitas en el desierto cuando escucharon la voz de Dios como sonido de bocina pero magnificado en toda la expansión del cielo.
Dice Éxodo 20:18-19: «Todo el pueblo observaba el estruendo y los relámpagos, y el sonido de la bocina, y el monte que humeaba; y viéndolo el pueblo, temblaron, y se pusieron de lejos. Y dijeron a Moisés: Habla tú con nosotros, y nosotros oiremos; pero no hable Dios con nosotros, para que no muramos».
Concuerdo con los israelitas que decían: «su voz retumba y cimbra la tierra». Escuchar la voz de Dios hablándome a través de la frase «es pueblo de dura cerviz», me hizo sentir como estar en un pre-juicio. Me dio escalofríos verme en la situación que describe Hebreos 10:31: «¡¡Horrenda cosa es caer en manos del Dios vivo!»
Después de esa experiencia tan vivida en vez de continuar leyendo me causó un temor reverente tan serio que tardé casi un mes sin abrir la Palabra de Dios (Biblia). La razón fue la potente voz, que fue tan real y poderosa como nunca había escuchado otra y realmente me impactó.
Hoy, a mis 35 años y después de muchos encuentros con la voz de Dios, sigo recordando como si fuera ayer aquella vez hace 16 años y darme cuenta que seguimos siendo de dura cerviz.
Tengo la certeza que así como lo escuché, un día le veremos cara a cara y le oiremos. Qué sensación más increíble será escuchar a Dios hablando con una bocina del tamaño del universo.
Y, por increíble que parezca, la voz de Dios ahora es vista:
«Por toda la tierra salió su voz, y hasta el extremo del mundo sus palabras.» Salmos 19:4
«Los cielos cuentan la gloria de Dios, y el firmamento anuncia la obra de sus manos.» Salmos 19:1
Oída:
«…un silbo apacible y delicado.» 1 Reyes 19:12c
y aun sentida:
«porque lo que de Dios se conoce les es manifiesto, pues Dios se lo manifestó. Porque las cosas invisibles de él, su eterno poder y deidad, se hacen claramente visibles desde la creación del mundo, siendo entendidas por medio de las cosas hechas, de modo que no tienen excusa.» Romanos 1:19-20
Por lo tanto nadie tendrá excusa de no haberle visto, oído y sentido.
Busca a Dios ahora mientras pueda ser hallado. Dice Amós 5:4 «…buscadme, y viviréis».
Dios te sigue hablando, ¡escúchalo!
«Dios, habiendo hablado muchas veces y de muchas maneras en otro tiempo a los padres por los profetas, en estos postreros días nos ha hablado por el Hijo [Jesucristo]… » Hebreos 1:1-2
«Mientras él aún hablaba, una nube de luz los cubrió; y he aquí una voz desde la nube, que decía: Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia; a él oíd. » Mateo 17:5∞