Noviembre 2015

Por: Moisés Gómez.-

Estaba el otro día meditando sobre lo que iba a escribir en esta edición cuando de repente me llegó a mi e-mail esta fotografía [arriba].

Era nada más y nada menos que Ian, el hijo de mis amigos Pedro y Carmen.

Que alegría tan inmensa me produjo el ver esta foto tan tierna y comprender que Dios hace milagros tan bellos como este pequeñito.

Trajo a mi memoria la vez que tuve a mi hijo en mis brazos y me di cuenta que ahora yo era responsable de esa personita.

¿Cuántas veces nos olvidamos de las cosas que nos dan felicidad por afanarnos de lo que es vanidad? Nos pasamos la vida buscando debajo de las piedras lo que nos genere un instante de alegría, sin darnos cuenta que todo lo que nos hace únicos lo tenemos frente a nosotros.

No hay mejor reflexión que la que genera un recién nacido. Esa paz, la misma paz divina, reflejada en su rostro, me demuestra que en los brazos de Dios puedo descansar y ser yo mismo.

Al ver esta foto, contemplo la vida misma forjándose un nuevo desafío: crecer en el camino del bien.

Es en ese camino en el que quiero yo andar, en el que mis pasos me lleven al final deseado: al lado del mismo creador del universo, a Dios.

Gracias Pit por regalarme unos momentos invaluables de catarsis al ver a Ian en esa peculiar vestimenta. Desde aquí bendigo la vida de este pequeño, que a tan poco tiempo de nacido, ya ha impactado mi vida.

Gracias a todos los que hicieron posible esta edición. Te invito a que recorras sus páginas y

honres leyendo a todos los que se tomaron su tiempo para escribir palabras que nos hagan ser mejores personas.

Con mucho cariño.

Moisés Gómez