Por: Alberto Vargas.-
Es uno de los sabios consejos que nos da el libro de Proverbios 4:23. Al leerlo, parece de esos versos poéticos que sirven para adornar momentos especiales, pero el verso contiene una llave poderosísima par tener éxito en nuestra vida cristiana.
Déjenme ser lo mas honesto que me permitan las letras. El cristiano hoy en día parece estar más herido, que en la salud y restauración que Dios ha prometido a los que le buscan. Es terrible, pero cuánta tristeza uno encuentra en el pueblo de Su alegría hoy(Salmo 126:3).
Recibo en mi despacho a muchas personas tristes, cansadas, con muchas situaciones y poca esperanza, que vienen buscando ayuda de muchas iglesias cristianas de nuestro entorno. Al parecer se ha vuelto normal el sufrimiento, el desespero y la tristeza en la vida del creyente. Sé que Jesús nos advirtió «que en el mundo tendríamos aflicciones» pero añadió: -«no teman, Yo he vencido al mundo».
Comencé hace años a buscar una respues-ta a ese desaliento en que viven algunos creyentes y encontré algo muy significativo y común en todos los desalentados: sus sentimientos estaban desechos, sin una base divina y alterados por pensamientos e ideas dañinas. No guardamos nuestro corazón, jugamos con nuestros sentimientos del pasado y del presente, creando de nuestras vidas «novelas» de extraños principios que alimentan la victimización, el odio, el egocentrismo y la auto-conmiseración. De ahí vienen las relaciones rotas, la duda, los deseos desenfrenados y el pecado oculto. Para completar el cuadro, nos envolvemos en la mentira de la apariencia. Necesitamos aparentar nuestra cristiandad ante los hermanos, pues mucha competencia anticristiana nos encontramos entre los hermanos la cual no nos permite ser sinceros y expresar nuestro dolor y necesidad de ayuda.
El corazón es la cuna de nuestros sentimientos. No importa cuántos sentimientos lindos y buenos tengamos, una pequeña porción de sentimientos adversos a Dios o de ideas y deseos que no nos conviene, depositará amargura en nosotros —«un poco de levadura leuda toda la masa»—. Poco a poco destilaremos tristeza y amargura pues velamos por lo exterior y se nos olvidó el interior.
Dios no mira cómo somos, lo que hacemos o cómo lo hacemos. Dios mira el corazón, «No mires a su parecer, ni a lo grande de su estatura, porque yo lo desecho; porque Jehová no mira lo que mira el hombre; pues el hombre mira lo que está delante de sus ojos, pero Jehová mira el corazón». (1Samuel 16:7). Es lo que sentimos, nuestras ideas, nuestros verdaderos valores, nuestras motivaciones, lo que en realidad tiene valor para Dios y para nuestra propia vida. No mires lo que al parecer siente el otro o lo que piensa el otro, ¡guarda tu corazón! Presta atención en lo que sientes, en lo que piensas, en tus valores y en la realidad de tus motivaciones y, si no son buenas o no son de Dios, ¡deséchalas!
Un último pero importante consejo. Asegúrate de que guardas el sentimiento correcto. Si tus sentimientos, aún los buenos, son semejantes o guardan los mismos principios de cuando estabas sin Dios, deséchalos, no sirven.
Ahora tu y yo somos nuevas criaturas «creadas según Dios». Son nuevos los principios que dirigen nuestra vida y así mismo deben de ser los sentimientos de nuestro corazón. Es un solo sentimiento el que debe de llenar nuestro corazón; el amor de Dios en Cristo Jesús. Todo el sentimiento de amor que queramos dar deberá partir de este amor perfecto; hacia nuestros hijos, cónyuges, padres, hermanos y a todos en general. Tú tienes la capacidad en Dios de llevar y moverte bajo el amor perfecto del Señor.
Guardar el corazón, por última instancia, es que sólo el amor de Dios esté presente en el mismo y no permitir que otros sentimientos extraños, aunque parezcan amor, entren en el mismo, pues solo el amor de Dios cubrirá todas nuestras faltas.
Guarda tu corazón… porque de él mana la vida. Amén.∞
-Publicado en octubre 2015-