Por: Alberto Vargas.-
¿Qué realmente es la iglesia? Teológicamente tendríamos una cantidad de maneras de definirla: Un grupo de creyentes reunidos en «Su nombre», la asamblea de los santos, el reino de Dios en la tierra y por supuesto, el cuerpo de Cristo. Todas estas y posibles otras más, son muy buenas definiciones para lo que es «iglesia». Pero lo que buscamos es más que una definición. Es ¿qué es? ¿Qué soy yo en ese componente?
La definición que ha marcado mi vida y mis acciones, es que la iglesia es una comunidad. La palabra y el concepto son para mí poderosísimos. El concepto contiene en sí mismo virtud, sentimiento, metas, retos, esperanza y, sobretodo, un fin divino: «Que Seamos Uno».
Es ahí donde la iglesia le ha fallado a Dios y al mundo, que no hemos podido llegar a la medida que Jesús dio para que «el mundo» supiese que somos de Él; «que nos amemos los unos a los otros»(Juan 13.35). La iglesia sigue siendo el eco del pecado en este particular. El rencor, el odio, el chisme, la competencia y la falta de sensibilidad espiritual, han hecho que el mundo no nos crea.
La figura de Jesús y sus enseñanzas son aceptadas, los que no son aceptados son los que decimos profesar esas enseñanzas.
Mahatma Gandhi, el gran defensor de la justicia por medio de la no-violencia, dijo una vez: «No es que yo rechace a su Cristo, yo amo a Cristo, es sólo que muchos de sus seguidores parecen que no les gusta su Cristo».
Nosotros, la iglesia, la comunidad de fe, le debe al mundo una explicación. ¿Por qué no somos como Cristo? ¿Por qué no nos parecemos a Él si decimos que Él vive en nosotros? Se supone que seamos la llama de su presencia en esta tierra, repartiendo el cálido amor de su entrega y envolviendo a las gentes en el precioso torbelli-no de su Espíritu.
El desarrollo de la iglesia como comunidad requiere ver la iglesia como un «todo», como «el cuerpo de Cristo» y no como un «rancho» particular. Requiere ver las denominaciones como un buen método de alcanzar a muchos y no como un obstáculo para la unidad. Requiere tener la valentía de hacer diferencia entre «dogma» y «doctrina», para así deshacernos de los dogmas que nos dividen y abrazar las doctrinas que nos unen.
Una verdadera comunidad de fe es aquella que ha abrazado un mismo nombre familiar, el de Dios(Efesios 3. 14-15), que insiste en buscar el bienestar del otro y no el particular, que «llora con los que lloran» y se alegran de las bendiciones del prójimo. Una comunidad «da», no quita ni arrebata, se entrega como Cristo lo hizo(Filipenses 2.5-8). Comunidad es «común unidad», es el amor de Dios que NOS pertenece y nos hace iguales, nos hace «UNO».
«Que ellos sean uno, como Tú y Yo somos uno», Cristo.∞