Rogando a Dios por tu ciudad

Por: Aridait Candanoza.-

En el capítulo 29 del libro de Jeremías podemos ver un mensaje dado por Dios para los ancianos, sacerdotes, profetas, y a todo el pueblo que Nabucodonosor llevó cautivo de Jerusalén a Babilonia.

Es obvio que la situación vivida en cautiverio no era causa de gozo y regocijo para el pueblo de Dios. El Salmo 137 expresa el dolor y desconsuelo que el pueblo estaba viviendo: “Junto a los ríos de Babilonia, allí nos sentábamos, y aun llorábamos, acordándonos de Sion”.

Es notoria la triste situación que estaban viviendo al sentirse lejos de su tierra; y, por la expresión, párece que se sentían lejos de Dios, a tal grado que colgaron las arpas y se negaron a cantar cánticos de alegría con los que exaltaban a Jehová en Sion.

Por tal razón, el profeta Jeremías envió una carta, sin ser concidencia, a través de Elasa y Gemarías (cuyos nombres significan “Dios ha hecho” y “Jehová ha perfeccionado”, respectivamente).

Tal carta expresaba la voluntad de Dios para con su pueblo; pero también les exhortaba diciendo (versos 5-7): “Edificad casa y morad; y plantad huertos, y comed del fruto de ellos.

“Casaos, y engendrad hijos e hijas; dad mujeres a vuestros hijos, dad maridos a vuestras hijas, para que tengan hijos e hijas; y multiplicaos ahí, y no os hagáis pocos.

“Y procurad la paz de la cuidad a la cual os hice traspasar, y rogad por ella a Jehová; porque en su paz tendréis vosotros paz”.

Dios los estaba animando a vivir plena-mente —ya que era Su voluntad que estuvieran en cautiverio (Jer. 29:4)—. Pero la recomendación más palpable es cuando el profeta les invita a “rogad a Dios por la ciudad la cual habitaban”.

La palabra rogad, en hebreo, significa interceder o suplicar.

“La oración del justo es el gozo de Dios”, así lo expresa Proverbios 15:8.

Así que, sí el pueblo rogaba a Dios por su ciudad, Él escucharía su clamor y enviaría paz a ese lugar.

La pregunta para ti, respetable lector, es ¿Has clamado a Dios por tu ciudad y sus gobernantes? 

Muchas veces juzgamos y enjuiciamos a los mandatarios, tachándolos de irreverentes y sin temor de Dios. Pero lo que debemos de reconocer es que no hay ninguna autoridad bajo el cielo, dada a los hombres, que no sea puesta por Dios (Juan 19:10-11;  Romanos 13:1-4; y Tito 3:1-2).

Tal fue el caso del rey Nabucodonosor a quien Dios uso para dar una lección a su pueblo.

Sabemos que los planes de Dios son perfec-tos y que su voluntad se cumple. Por eso, nuestra oración nunca debe cesar, rogando a Dios por misericordia para el lugar dónde nos tocó vivir (Mateo 24).

Es verdad que estamos en el mundo, pero la súplica de Jesús al Padre es que “fuésemos librados de el mal” (Juan 17:15).

Así que, sin importar la situación vivida en tu ciudad, la carta que te envía Dios a través de estas líneas es que ruegues a Él por el lugar donde te tocó vivir, y Él dará la paz que tu pueblo necesita.

¿Estás dispuesto a hacerlo? ∞

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