La historia de un amor

Por: Pastora Dora Quirarte
Programa: Tiempo de Alegría

En Cantares 8:7, el poeta escribió: «Las muchas aguas no podrán apagar el amor, ni lo ahogarán los ríos…; y en 1 Corintios 13:4-8, el apóstol mencionó: «el amor todo lo puede, todo lo cree, todo lo perdona, no guarda rencor, es sufrido…»; y lo que me asombra de estos dos pasajes es la forma tan poética y romántica con que se redactó; pero difícil de llevar a cabo cuando escasea el dinero, la comida, la ropa y te visita la enfermedad. 

Dwight L. Moody, en una de sus anécdotas más famosas,dijo: «La fe hace que todo sea posible, pero el amor hace todas las cosas fáciles». Cuánta verdad se encuentra en esta última frase porque ciertamente, si no estamos dispuestos a darnos el uno para el otro, no se puede sobrevivir. El amor verdadero no está basado en los sentimientos, sino en la decisión de amar a alguien de forma incondicional. Pero, ¿lo podemos lograr? 

Permíteme relatarte mi historia de amor. No tiene nada que ver con lo que vemos en las  películas románticas o en los cuentos de hadas, sino con el amor real que sobrevive a través del tiempo; en momentos de enfermedad, escasez, soledad y abandono.

El 7 de julio de 1990 conocí a mi esposo Jorge Quirarte. Recuerdo que su tía me llamó para decirme que invitara a su sobrino [Jorge] a la Iglesia, y así mismo lo hice. Desde ese momento nos convertimos en muy buenos amigos. Juntos íbamos a los estudios, donde él tocaba la guitarra y yo daba el tema bíblico. Nuestra amistad se tornó en un noviazgo que duró seis meses y luego nos casamos, el 4 de Otubre de 19992, con la ilusión de que teníamos el mundo ante nuestros pies y que todo sería de color de rosa. A los cuatros meses de casados, nos dimos cuenta que estábamos esperando nuestro primer hijo y nos pusimos muy felices. Rápido, comenzamos a pensar qué nombre le pondríamos y decidimos llamarle Jonathan David. A los siete meses de embarazo, decidimos irnos a radicar a Eagle Pass, Texas, donde vivimos tiempos difíciles, pues mi esposo tenía prohibido trabajar en un periodo de un año porque estaba arreglando su situación migratoria. Hubo meses que no había cómo pagar nuestra renta, ni poner un plato en nuestra mesa, pero por la misericordia de Dios, que nunca nos desampara, puso gente linda y bondadosa que nos llevó alimento y dinero en el preciso momento de nuestra necesidad. 

Nuestro hijo nació el 15 de Octubre de 1993; hermoso, robusto y muy saludable y la felicidad nos salía hasta por los poros; pero esta felicidad que rebosaba en nuestros corazones, después de siete meses se vió empañada, porque mi salud empezó a deteriorarse y empeoraba, causada por una enfermedad que solo la padecen las personas de avanzada edad. El doctor le dijo a mi esposo que esperara lo peor. Una pastora-profeta llegó a la casa y le dijo a mi esposo que yo no moriría y que era un ataque del diablo. El doctor tomó la decisión de ser intervenida quirúrgicamente; y sí, tuve dos cirugías en un plazo de una semana, y gracias a Dios todo salió muy bien; pudimos ver la mano de Dios poderosamente.

Al regresar a la casa, después de estar un buen tiempo en el hospital, le pedí a mi esposo que pusiera la cuna en nuestra recámara y a un lado de la cama para tener a mi hijo cerca de mí. Recuerdo que metía mi mano en uno de los barrotes de la cuna y le tomaba su manita y me sonreía. Durante todo ese tiempo de enfermedad, mi esposo, mi mejor amigo, el amor de mi vida, estuvo conmigo. No sólo cuidó de mí, sino también a nuestro hijo y se encargó del hogar, ya que estuve casi un año en recuperación. Doy gracias a Dios por la vida de mi esposo Jorge; y le doy GLORIA Y ALABANZA a PAPÁ DIOS por dejarme con vida, tal como lo había dicho la pastora-profeta.  

Al pasar el tiempo —tres años, para ser exactos—, decidimos mudarnos de Texas a Rochester, Minnesota, buscando  un mejor futuro, ya que donde vivíamos escaseaba el trabajo. No fue nada fácil. Jorge tuvo que viajar solo a esa ciudad para buscar un mejor futuro para nosotros. Recuerdo que el día de su partida, después de unos 30 minutos que nos habíamos despedido de él en la central de autobuses, Jorge casi estuvo a punto de detener el camión y bajarse; pero una voz interior [Dios] lo detuvo de hacerlo. Y así partió a lo desconocido, con la esperanza depositada en lo que la voz le había dicho: «hay planes para ustedes a donde te llevo». Después de dos meses de estar separados, Jorge por fin se había establecido en un trabajo y ya había rentado un departamento, así es que mi hijo y yo viajamos a Rochester también. A los cuatro meses de mi llegada, vino a nuestro apartamento una profeta y nos dijo que Dios tenía planes aquí en este estado y que no deberíamos irnos; que Él usaría nuestras vidas. Mi esposo recordó aquellas palabras que la voz le había dicho en la central camionera y confirmó que había sido Dios hablando. Desde entonces hemos vivido en esta ciudad minnesotana. Aquí nacieron nuestros hijos: Joshua Daniel y Jeremiah Dominic, los cuales vinieron a completar la familia Quirarte.  

Como ya te mencioné al principio de este escrito, el matrimonio no solo son besos, abrazos y apapachos; va mucho más allá, y uno debe estar listo para salir victorioso de los momentos difíciles, como el que a continuación te platico:

Ya en el pastorado nos sobrevino una crisis ministerial que terminó sumergiendo a mi esposo en una depresión —eso fue en el 2017— que le duró meses. No tenía deseos de nada. No comía; duraba días sin bañarse; tenía episodios de mucha tristeza; lloraba. Yo me la pasaba orando, clamando, rogando a Dios para que sacara a mi esposo de esa depresión tan severa. Un día, ya desesperada y sin saber qué hacer ni a quién acudir y a punto de tirar la toalla, el Espíritu Santo me llevó a ayunar.  Una mañana, después de varios días de estar en ayuno, Dios me dio una palabra para mi esposo que está en Isaías 60:1:«Levántate, resplandece; porque ha venido tu luz, y la gloria de Jehová ha nacido sobre ti». Cuando le compartí a Jorge este versículo, se levantó de la cama como un resorte y se fue directo a bañarse, ponerse su mejor traje y prepararse para bajar al sótano a comenzar nuestros servicios dominicales. Dios había hecho un milagro en mi esposo esa mañana. Él había escuchado mis ruegos. Sí, Él escuchó mi oración.

Hemos estado juntos casi tres décadas y puedo decir que soy muy feliz de despertar cada mañana con mi mejor amigo, el amor de mi vida. No ha sido fácil, pero el amor nos ha consolidado como matrimonio, y siento que nuestro amor se ha intensificado porque ha madurado a través de lágrimas y golpes que la vida nos presentó.

La palabra de Cantares capítulo 8:7 se hizo realidad en nuestro matrimonio, porque nada pudo apagar nuestro amor, ni hubo ríos que lo ahogaran; y si no hubiera sido por Dios, que puso entre nosotros ese amor que todo lo espera, todo lo cree, todo lo soporta y todo lo perdona, no sé qué hubiera sido de nosotros. Como dijera el profeta en 1 Samuel 7:12: «…HASTA AQUÍ NOS AYUDÓ JEHOVÁ».

Querido lector, quiero concluir diciéndote que si tú no estás bien agarrado de Dios, y dispuesto a amar verdaderamente a tú cónyuge, te aseguro que vas a claudicar en medio de los problemas que como matrimonio enfrenten. Así es que te invito a que te aferres a Dios y te tomes de la mano de tu cónyuge y recuerdes el voto que un día hiciste en el altar —como yo—, prometiendo estar juntos en la abundancia y en la escasez, en la pobreza y en la riqueza, en la salud y en la enfermedad, y decidan salir de esta y otras dificultades que les ponga la vida.