En medio de la adversidad


«No le creas al doctor que tienes cáncer. Tú tienes una palabra de parte de Dios y no te vas a morir»

Palabras de Dora a su esposo después de que el especialista les dijo que había sido diagnosticado con cáncer

Por: Pastora Dora Quirarte

¿Alguna vez has experimentado el golpe fulminante de un diagnóstico sorpresivo o devastador? Quizás sí. Personalmente, pasé por algo así.

El 28 de junio de este año mi esposo fue diagnosticado con cáncer de colon y el especialista nos explicaba que los síntomas de esta enfermedad no eran nada fácil de sobrellevar. Algo dentro de mí se quebró; mi alma desfallecía de dolor al solo pensar que mi esposo, mi mejor amigo y mi todo ya no estaría conmigo para seguir compartiendo esos momentos hermosos, mágicos y únicos que solo él y yo solemos tener.

La primera semana del tratamiento fue muy dolorosa —más para mí—. Mi esposo se retorcía de dolor y en ocasiones —no exagero—, daba unos gritos que nuestro vecino podía escucharlos, pues el medicamento que le aplicaba le quemaba todo por dentro a causa de las llagas que tenía. Cuando por fin se quedaba profundamente dormido, yo me iba a la sala y comenzaba a orar a Dios expresándole mi dolor, mi tristeza y mis miedos; sí, mis miedos porque el solo haber escuchado la palabra «cáncer» me hacía pensar en lo impensable: la muerte; y en lo que sería de mí, a dónde iría o dónde viviría si mi esposo llegaba a fallecer.

Recordé lo que dice Cantar de los Cantares en el capítulo 5:2: «yo dormía, pero mi corazón velaba», porque eso mismo me sucedía; aunque podía dormir, mi corazón vivía angustiado al pensar que cada día que pasaba era un día menos que le restaba de vida a mi esposo. 

Confieso que mis pensamientos me golpearon, me hirieron; pero en mi angustia «clamé a Dios y Él oyó mi voz». (Salmos 18:6) Sí, Dios comenzó a fortalecerme y a recordarme Sus promesas; pero, sobre todo, a confiar y esperar un milagro por parte de Él. Y en esa  búsqueda que solemos tener en la madrugada de oración mi esposo y yo, derramamos nuestra alma más que nunca; sí, desesperados por una respuesta de sanidad; buscando que Dios escuchara nuestra oración; con desesperación; con el espíritu quebrantado y diciéndole al SEÑOR: «¡responde que mí espíritu se apaga!» Y podíamos escuchar de parte Dios que nos susurraba a nuestro oídos: «Sean fuerte y  esperen en mí».

Un día antes de la cirugía mi esposo me dijo: – «amá, ¡te amo! Y pase lo que pase siempre te amare». Yo inmediatamente le dije: «apá, no digas eso. Todo saldrá bien y podremos volver a caminar a nuestro parque favorito y luego terminar cenando en nuestro restaurante preferido». Me sonrió, le di un beso y nos dijimos lo mucho que nos amábamos. 

Llegó el día de la cirugía —agosto 13 a la 1:15 pm—. Mi corazón empezó a palpitar cuando vi llegar a la enfermera y al anestesiólogo para llevarlo al quirófano.  Se me vino a la mente el Salmo 91, que dice: «Los que viven al amparo del Altísimo encontrarán descanso a la sombra del TODOPODEROSO», y me refugié en Dios. Había pasado menos de una hora cuando la enfermera entró a la habitación con una sonrisa de oreja a oreja diciendo: -«¡fué un éxito! ¡No encontramos cáncer! Su colon está perfectamente limpio».

Definitivamente Dios sanó a mi esposo. Aunque el doctor nos dio su explicación del por qué el colon de mi esposo estaba limpio, nosotros sabíamos que Dios había obrado un milagro. 

Él escuchó mi clamor. Sí, Él inclinó su oído y escuchó, no solo mis súplicas y ruegos, sino el clamor de todos los que intercedieron por la salud de mi esposo. 

Dejame decirte que en este periodo de dolor profundo Dios probó mi fe —en ocasiones incomprensible—, para llevarme a un crecimiento espiritual y comprender su propósito divino en mi persona y en la de mi esposo.

En la vida hay momentos buenos y malos. Experiencias fuertes que nos paralizan emocionalmente y a veces no sabemos cómo actuar, ni qué hacer, ni qué decir; pero aún así Dios está contigo, conmigo, con nosotros, manifestando su gran amor sin medida.

Así que, querido lector, no te rindas ante la adversidad, porque el éxito en la vida no se mide por lo que logramos, sino por los obstáculos que superemos. Apóyate en los que te aman. Necesitamos de nuestra familia, de los hermanos de la fe, de nuestros consiervos, de nuestros amigos, de nuestros vecinos y, sobre todo, de nuestro cónyuge, para sobrellevar el proceso, llámese como se llame.

Recuerda, ¡Dios escucha nuestra oración!