Por: Pastor Luis Bernardo Gómez
Hace algunos años mi corazón fue fuertemente impactado a través de una experiencia de peligro. Permíteme platicártela:
Estaba yo caminando por la acera lateral del mercado de mi ciudad cuando de pronto escuché tras de mí los pasos descalzos de lo que parecía ser un niño corriendo a mis espaldas. En efecto, cuando volteé hacia atrás comprobé mi suposición. Pero sucedió que este niño, con la misma velocidad que venía, se lanzó intentando cruzar la avenida llena de automóviles. Ciertamente, aunque los autos del primer carril estaban parados por un semáforo en rojo, el pequeño no recordó que en el otro sentido los autos seguían en movimiento y a gran velocidad. Mientras él cruzaba a salvo la primera mitad de la avenida, mis ojos inmediatamente se movieron al otro sentido tratando de anticipar lo que sucedería. Cuál sería mi espanto al ver un Jeep rojo avanzar a gran velocidad. Anticipé la tragedia. Casi al mismo tiempo se escuchó el ruido estruendoso de las llantas, pegadas al pavimento, tratando de aferrarse al suelo para evitar el impacto sobre el cuerpecito de aquel pequeño que seguía sin percatarse del vehículo que venía hacia él. Casi por instinto, en coro con otras cuatro mujeres que aterradas miraban la misma escena, grité tan fuerte como pude: «¡¡¡CUIDADO!!!» De alguna manera que no me explico, a no ser por la providencia de Dios, el niño pegó un salto al ver tan cerca el Jeep —que estuvo a punto de convertirse en un mensajero de la muerte—, y así llegó sano y salvo a la otra banqueta para perderse entre la gente como si nada hubiera ocurrido. Todos nos quedamos en suspenso mirando al conductor quien, meneando la cabeza, trataba de controlar el susto.
Yo seguí caminando y de pronto una pregunta se agregó a mis pensamientos: ¿Cuánta gente que conozco, hoy está en peligro de ser atropellada por el infierno? Algunos de ellos son familia, amigos, compañeros de trabajo o de deporte, vecinos incluso, y no se escucha a nadie gritándoles: «¡¡¡CUDADO!!!»
Ya es tiempo de hablarles de Cristo. No lo pensemos mucho.
Pastor Luis Bernardo Gómez Reyes