Por: Alberto Vargas.-
«Y el Verbo se hizo “Yo” y quiso nacer en lo más obscuro de mi corazón, en mi pesebre.»
Hoy quise reflexionar acerca de el nacimiento de Jesús: sobre Belén, sobre el pesebre y sobre mí.
Quise encontrar significado práctico a ese momento histórico con relación a mi propia vida
—que aunque no nos conozcamos, básicamente es la tuya misma—, pues en Él nos hacemos «uno» en Sí mismo.
Al dejar correr mis sentimientos por Belén, por esa noche sagrada, al tratar de observar el pesebre, me vi a mí mismo y comencé a mirar este sucio pesebre en el cual nació nuestro Salvador desde mi muy interna perspectiva; ese pesebre es mi interior, mi corazón, mi mente, ese pesebre soy Yo.
La obscuridad que debería de haber en aquel establo representa mi propia obscuridad, mi ceguera, no tan solo espiritual, sino en todo los sentidos. Es esa ceguera que nos ha hecho caminar dando tumbos y resbalones en la vida sin llegar a ninguna parte. Es la ceguera del alma, la cual defendemos como si no tuviéramos opción de ver, como si esa fuera la natural condición nuestra.
La pestilencia de aquel lugar es nuestra condición absurda, pero de alguna manera deseada, de nuestra condición moral y rebelde en contra de Dios. Sabemos lo que hacemos, no somos tan tontos; queremos, lo hacemos y el producto de ello, aunque nos mate o nos deje solos como pobres sobrevivientes de nuestra propia y buscada catástrofe. Es el pecado que amamos, aunque digamos no quererlo; es la decadencia del alma que nos hace morir diariamente en el engaño de nuestra religiosidad.
Lo absurdo de permitir que una nueva vida nazca dentro de esas condiciones insalubres de un pesebre representa lo absurdo de nuestra vida, que pudiendo tenerlo todo, nos conformamos con nada cada vez que luchamos nuestras vanas batallas diarias por tratar de conseguir en lo material nuestra felicidad, por andar en obscuridad teniendo la luz, por decir que amamos cuando llamamos amor a tan solo un sentimiento egoísta que nos hace pensar sólo en nosotros mismos.
Vivimos en rencores, envidias, desilusiones y un gran sentimiento de desamor y desprecio. Lo ocultamos con nuestras maneras de religiosidad vana, nuestros vestidos de falsa santidad y con nuestras reglas y conductas farisaicas y de juicio que nos alejan cada día mas del verdadero Belén, de un verdadero nacimiento de Jesús en nuestro pesebre.
Aun así, Jesús ha querido nacer en lo más profundo de esa fatídica y obscura condición nuestra. Él no cambia nuestra condición desde afuera, Él se mete adentro, en nuestra sucia condición; y desde ahí, su luz comienza a disipar nuestras tinieblas, su poder comienza a sanar nuestras dolencias, su santidad comienza a deshacer nuestro pecado y su amor comienza a cambiar nuestros sentimientos y convertirlos en sentimientos de acuerdo al único amor verdadero: Su amor.
Cuando permitas que tu corazón sea su pesebre, los ángeles cantarán canción de paz y de gloria y te convertirás en un lugar en donde Dios mismo mandará a personas a que reconozcan en ti que ahí ha nacido el Salvador del mundo.
Este es mi deseo para ti en esta navidad y siempre. Que el Verbo se haga «Tú» y habite en tu corazón y en nuestros barrios.
¡Felicidades! y un buen año 2016.
Amén∞
-Publicado en diciembre 2015-