¡Felicidades mamá!

Por: Ofelia Reyes.-

¿Qué llegará a ser éste niño? (Lucas 1:66), se preguntaba la gente con relación al nacimiento de Juan el Bautista, el precursor de Cristo.

La misma pregunta te la puedes hacer tú de ese ser que te hará trascender; de ese pequeño que vie-ne a la imagen de Dios; esa ternurita que te dará las más grandes alegrías y satisfacciones, pero también las más grandes penas y preocupaciones y, por qué no decirlo, también las más grandes culpas por aquello que, andando el tiempo, te das cuenta de lo que pudiste hacer y no hiciste, o por lo que hiciste mal.

De eso ya no hay vuelta atrás, así que empieza a hacer ahora, ‘madrecita’, lo que tienes que hacer.

La madre cristiana tiene un manual de vida del todo confiable, la Palabra de Dios.

Lee en este libro los modelos de madres temerosas de Dios y cómo lograron cincelar en sus hijos  la fe inalterable en Dios que los llevó a ser lo que fueron.

Por eso dice la Biblia: “Instruye al niño en el camino correcto, y aun en su vejez no lo abandonará”. Dice otro pasaje, hablando de Timoteo: “Traigo a la memoria tu fe sincera, la cual animó primero a tu abuela Loida y a tu madre Eunice, y ahora te anima a ti. De eso estoy convencido”.

Timoteo fue colaborador directo del gran apostol Pablo.

En el aspecto eclesiológico se dice que una iglesia sin niños no tiene futuro; y en general cabe citar a Victor Hugo que decía, “el porvenir del mundo duerme en las cunas”.

“El ave canta aunque la rama cruja, como que sabe lo que son sus alas”, escribió el poeta mexicano Salvador Díaz Mirón.

Así la madre puede entonar un canto de alabanza como que sabe en quién está cimentada la fe que junto con su compañero de vida modeló en sus hijos.

Tal fue el caso bíblico de Jocabed, madre de Moisés, quien lo crió en sus primeros años antes de que pasara a vivir en el palacio del Faraón en Egipto (Exodo 2:1-10), como príncipe, hijo de la hija del faraón, rodeado de todo el esplendor propio de un palacio y con su exagerada idolatría —que el escritor español Pedro Juan Berenguer y Morales escribió de ellos: “¡Oh santas gentes que hasta en sus huertos les nacen dioses!”—.

Pero Hebreos 11:25, 26 y 27b dice que “prefirió ser maltratado con el pueblo de Dios a disfrutar de los efímeros placeres del pecado”.

Consideró que el oprobio por causa del Mesias era una mayor riqueza que los tesoros de Egipto, porque tenía la mirada puesta en la recompensa… y que se mantuvo firme como si estuviera viendo al Invisible.

Las madres, aparte de la Biblia, tenemos otra aliada en la bendita y dulce tarea de la maternidad, la oración.

Dice un pensamiento que hace tiempo leí (lamento no recordar la fuente), que dice: “Cuando mis hijos eran pequeños, cada noche me levantaba y los cobijaba con su manto para que no sufrieran frío; pero ahora que ya son grandes y no están conmigo, todas las noches los cobijo con el manto de la oración”.

Intercesora incansable, la madre no sólo ora por sus hijos, sino por su generación, para que todo aquel que nazca y lleve una gota de su sangre sea de CRISTO un seguidor fiel hasta la muerte.

Así que no lamentemos ahora lo de ayer; siempre será tiempo para rectificar; siempre existe una esperanza.

Si el hijo está atrapado en una situación que parece insalvable, no es hora de lamentos, sino de orar y acercarnos “ante el trono de la gracia, donde siempre habrá oportuno socorro”.

Agustín V. Ruiz, en su libro de poemas ‘Arpa sagrada’, termina así su extenso y descriptivo poema ‘Transformación’: “¿Por qué un cambio tan bello? ¿Por qué un cambio tan grande?

“El que ha poco rugía como fiera enjaulada, de rodillas y en llanto pide a Dios implorando que sus multiples culpas por él sean borradas.

“Es que tuvo aquel hombre una heroica madre que con mil amarguras, oraciones y lágrimas pudo al fin conmoverlo y hasta el trono acercarlo, donde el hombre contrito halla célica gracia” (pag. 174).

La oración comprometida de una madre jamás se queda sin respuesta. Así que, alcemos el rostro y disfrutemos nuestro día. Sintámonos mujeres bienaventuradas, que no hay bendición más grande que nos fue dada que la de ser madre, y madre cristiana.

¡Felicidades mamá!∞